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Enajenación y neurosis (página 2)



Partes: 1, 2

"Hasta ahora siempre nos hemos visto obligados a
destacar que el yo debe su origen y sus más importantes
características adquiridas a la relación con el
mundo exterior real; en consecuencia, estamos preparados para
aceptar que los estados patológicos del yo, en los cuales
vuelve a aproximarse más al ello, se fundan en la
anulación o el relajamiento de esa relación con el
mundo exterior… la experiencia clínica nos demuestra que
la causa desencadenante de una psicosis radica
en que, o bien la realidad se ha tornado intolerablemente
dolorosa, o bien los instintos han adquirido extraordinaria
exacerbación, cambios que deben surtir idéntico
efecto, teniendo en cuenta las exigencias contrarias planteadas
al yo por el ello y por el mundo exterior. El problema de las
psicosis sería simple e inteligible si el desprendimiento
del yo con respecto a la realidad pudiera efectuarse
íntegramente. Pero esto sucede, al parecer, sólo en
casos raros, o quizá nunca (…) Quizá podamos
presumir, con carácter general, que en el fenómeno
presentado por todos los casos semejantes es una escisión
psíquica. Se han formado dos actitudes
psíquicas en lugar de una sola… Ambas actitudes
subsisten la una junto a la otra. El resultado final
dependerá de su fuerza
relativa (…) El punto de vista según el cual en todas
las psicosis debe postularse una escisión del yo no
merecería tal importancia si no se confirmara
también en otros estados más semejantes a las
neurosis, y
finalmente también en estas últimas" (pp.
167-168).

Freud encuadra todo lo anterior dentro de su enfoque en
el que las contradicciones individuales tienen que ver siempre
con la represión de los instintos sexuales, explicaciones
que por economía de espacio y a partir de nuestra
propia perspectiva hemos suprimido en la cita anterior; para
nosotros las contradicciones de la realidad y la moral en
relación con las necesidades sexuales constituyen
sólo una manifestación específica que no
abarca la totalidad de posibilidades de las necesidades
contrapuestas planteadas a cada individuo. Sin
embargo, la conclusión general a que Freud llega -la
escisión y/o debilitamiento del yo- la consideramos
esencialmente acertada y muy importante de tener en cuenta para
analizar la relación entre enajenación y neurosis.

Cabe hacer notar la confluencia entre lo expresado por
Marx respecto
a que el trabajo
enajenado implica que el hombre
sólo se siente libre, dueño de sí mismo, "en
sus funciones
animales", y
lo que Freud dice sobre que el yo en sus estados
patológicos se "aproxima más al ello", a la
satisfacción obsesiva de sus placeres más
básicos. Sin embargo, esta misma dimensión de la
neurosis hizo pensar a Freud que el placer inmediato e individual
era la fuente principal de toda motivación humana.

Sin embargo, el problema clave, en la neurosis como en
la enajenación, es la existencia de dos o más
necesidades contrapuestas que se muestran como realidades
distintas e incompatibles la una de la otra. Conforme aumenta la
fuerza de esas necesidades se polariza la realidad y se pierde la
posibilidad de una acción
racionalmente orientada, se pierde la noción de sí
mismo; la realidad se hace progresivamente confusa y el individuo
se muestra cada vez
más incapacitado para una actividad coherente. Recordemos
la "neurosis experimental" producida por dos discípulos de
Pavlov en un perro: el animal fue condicionado a asociar la
presencia de un círculo luminoso con el acceso a la
comida, y, recíprocamente, se asociaba una elipse luminosa
con la ausencia de comida y la aplicación de choques
eléctricos si el animal se acercaba al lugar del alimento.
Una vez que se logró establecer una clara discriminación, el experimentador iba
disminuyendo gradualmente lo excéntrico de la elipse,
hasta volverla casi circular. Después de tres semanas el
comportamiento
del animal se alteró de tal manera que a veces salivaba
ante el estímulo negativo (la elipse) y luego la discriminación desapareció
totalmente.

"Al mismo tiempo, toda
la conducta del
animal sufrió un cambio
repentino. El hasta ahora tranquilo perro comenzó a
gruñir en la plataforma, a contorsionarse, a desgarrar con
los dientes el aparato de estimulación mecánica de la piel y a
morder los tubos que conectaban el cuarto del animal con el
observador, conducta que nunca antes se había presentado.
Cuando se le llevaba al cuarto experimental, el perro comenzaba a
ladrar violentamente, lo que también resultaba contrario a
lo acostumbrado; es decir, presentaba todos los síntomas
de una condición de neurosis aguda" (Pavolov, 1927; citado
en Davidson, 1977; p. 115).

Se han hecho experimentos
similares menos drásticos, pero con principios
similares, en que efectos análogos se han producido en
seres humanos. Los experimentos han demostrado que según
el temperamento o la
personalidad de los individuos, la mayor o menor rapidez e
intensidad de estos fenómenos varía, y las formas
en que se manifiesta la neurosis pueden ser opuestas. Pavlov
expresa la siguiente conclusión general:

"Siempre que empleamos estímulos condicionados de
una intensidad física excesiva o
cuando prolongamos el tiempo de acción de los
estímulos inhibidores, los tipos extremos caen
rápidamente en un estado
patológico crónico. El mismo efecto se obtiene por
la elaboración de una diferenciación demasiado
sutil, por el aumento del número de reflejos inhibidores
entre los reflejos condicionales, por la alternancia de procesos de
sentido contrario, por la acción simultánea de
estímulos condicionados opuestos, por el cambio brutal de
estereotipo dinámico o por la transposición de
estímulos condicionados que obran en un orden determinado.
[En] La neurosis del tipo excitable… el animal pierde todo
comedimiento y se muestra muy nervioso durante el experimento: se
vuelve violento o, lo que es más raro, cae en una
somnolencia que jamás había experimentado antes. En
el tipo débil la neurosis es casi exclusivamente de
carácter depresivo" (Pavlov, 1980; p. 42).

La personalidad y
el temperamento de los individuos humanos ha de entenderse
históricamente, de tal manera que su mayor
disposición hacia uno u otro tipo de manifestación
neurótica dependerá fundamentalmente de su historia particular. Sin
embargo, lo que ahora nos interesa es la confluencia de las
condiciones del trabajo enajenado con la forma en que se produce
la neurosis.

A pesar de que las perspectivas de Freud y Pavlov son
distintas coinciden en señalar a la contradicción
en que se desenvuelve la actividad de los individuos como la
causa de la patología; cosa que parece obvia pero que
resulta relevante al analizar las condiciones en que viven los
hombres actualmente, en que lo que aparece como su propio
interés
colectivo se encuentra en contraposición con su
interés individual. La contradicción entre la
cooperación cada vez más necesaria y el
egoísmo cada vez más intenso que promueve el
aislamiento; la contradicción entre el grado de esfuerzo
en el trabajo y
el nivel de la satisfacción de necesidades fundamentales;
la contradicción entre los roles que cada quien
desempeña; la contradicción en los espacios
ambientales, etc.

En las neurosis los individuos tienden a "aferrarse" a
determinados aspectos de ese todo que se hace cada vez más
confuso, a partir de los cuales pueden estructurar minimamente su
actividad y disminuir el grado de la tensión emocional que
la confusión les motiva. Por eso Freud consideraba a la
religión
como una manifestación de la neurosis colectiva; la
fé tiene la forma del aferrarse a una imagen
trascendente e incólume.

La enajenación y la neurosis no deben concebirse
como un producto de la
irracionalidad inherente de manera trascendental a los seres
humanos, sino como producto de la irracionalidad real de su
actividad históricamente condicionada. Una primera
consecuencia de esto es que la superación de la
enajenación, como la superación de la neurosis
requieren de la modificación efectiva de la manera en que
se realizan las actividades cotidianas de los hombres. Las
contradicciones que alteran la autoimagen de los individuos no
son sólo contradicciones morales, sino fundamentalmente
contradicciones de la manera de vida social en que aquellos se
desenvuelven.

Es importante subrayar lo que en la cita anterior Freud
señala acerca de que la pérdida de contacto con la
realidad no es total, que incluso en los casos más
críticos de psicosis se ha encontrado una parte del yo que
mantiene un vínculo mínimo con la realidad
efectiva. Así, tampoco la enajenación puede ser
total, aunque ella sea predominante. Si la enajenación
fuese absoluta no se mantendría ya la
contradicción, se caería en un estado casi
vegetativo, en una fuga total del contacto con el mundo. Los
individuos, -unos más que otros- aún dentro del
propio proceso de la
praxis
enajenada, desarrollan sentimientos de afectividad genuinos; a
pesar de las condiciones que tienden hacia la enajenación,
los individuos se saben cooperando en muchas tareas; pese al
egoísmo y al individualismo que priva, también
existen muchas manifestaciones espontáneas de solidaridad
auténtica. Por un lado, en esencia la praxis es
cooperación y en ella es imposible no desarrollar la
identidad
afectiva entre las partes cooperantes; por otro lado, esa
dimensión cooperativa se
desdibuja ante la figura de la propiedad
privada que conlleva al egoísmo y a la rivalidad y la
competencia
absurda entre los hombres.

Actualmente tenemos un mundo en que las cosas
están por encima de los seres humanos. Se genera una
compulsión por la posesión de cosas como
único medio de tener significado social, pero de esas
cosas -dice Fromm- generalmente no se sabe nada acerca de su
naturaleza y
de su origen. El dinero, que
es lo que permite la mayor posesión de cosas se convierte
en el eje de la civilización. El dinero es la
representación abstracta de todas las cosas, de la riqueza
producida por todos; por eso en la fetichización de ese
símbolo se encuentra claramente evidenciada la
enajenación humana (Marx, 1968; pp. 155- 159).

El dinero es símbolo del poder, cada
individuo se relaciona con el dinero en su dimensión
monetaria inmediata, en la cual no capta lo que el dinero
realmente representa en la sociedad y
pierde la noción del intercambio cooperativo; cada quien
trabaja solamente para conseguir una porción de dinero que
le permita un poder material; si puede conseguir dinero de otra
forma más fácil en la lotería o en la
corrupción tanto mejor. El propietario del
dinero no se da cuenta que esa posesión significa la
posesión de un determinado esfuerzo de los demás,
como tampoco ve ese esfuerzo en las mercancías que consume
y que los grandes almacenes
comerciales presentan a la mano y como producto
impersonal.

La realidad colectiva se encuentra invertida, se vive
ésta como el mundo de la apariencia y la fantasía;
por la propia enajenación en la vida cotidiana los hombres
se atienen a lo más inmediato, como individuos aislados,
perdiendo paulatinamente su identidad real como humanidad, como
entidad colectiva. Por eso, como decía Freud, sienten la
vida colectiva como una opresión de su individualidad
frente a la cual tienden a reaccionar con rechazo y se aislan
cada vez más; y al aislarse la realidad se desdibuja
frente a ellos. Unos y otros se temen y desconfían y la
experiencia diaria enseña que hay que desconfiar, pues las
traiciones y lo inesperado están a la orden del
día. La desconfianza generalizada conlleva necesariamente
a una desconfianza de cada quien en sí mismo y, por tanto,
a la inseguridad y
a la tensión nerviosa progresiva.

Como efecto del malestar emocional los individuos
reaccionan aún con mayores dosis de agresividad hacia los
otros; cada gesto de agresividad tiende a generar otros
recíprocos más intensos hasta llegar a extremos
terribles. Aún los más poderosos viven
aterrorizados ante sus propios competidores, y se genera la
vorágine compulsiva de lograr más y más
poder económico y agresivo (militar) para evitar el acoso
constante de los otros; llegando prácticamente a la
paranoia psicótica que desemboca en las guerras
mundiales y en un arsenal nuclear que pone en riesgo la
subsistencia misma de la humanidad. Los hombres viven asustados
ante su propio poder colectivo, es decir, viven asustados de
sí mismos, desgastando una buena parte de su
energía constructiva en la agresividad hacia los otros. Se
llega al grado en que se gasta mucho más energía en
la destrucción que en la construcción.

La superación de las neurosis consiste en ese
reapropiamento de la realidad mediante la
organización del mundo colectivo; mediante la
unificación de ese orden organizativo con la espontaneidad
de la praxis. Si la enajenación constituye la
oposición entre el interés colectivo y el
interés individual, su superación consiste en hacer
coincidir a ambos; en lograr que el espontáneo
interés individual sea una manifestación
específica de los intereses colectivos; y así la
superación de cada individuo ha de significar la
superación de todos. La reafirmación de la
identidad colectiva da pauta a la reafirmación de la
identidad individual. La desconfianza y la inseguridad no
tendrán entonces sustento.

Mientras existan en el mundo seres humanos en
situación de enajenación nadie puede decir que ha
superado por sí mismo y de manera total ese estado. La
desenajenación completa sólo es posible cuando es
la desenajenación de todos, porque en cada uno de los
seres humanos los demás de hecho tienen parte de su
esencia.

 

 

 

 

Autor:

Marco Eduardo Murueta

servidor.unam.mx
 


  

UNAM Iztacala; presidente de la
Asociación Mexicana de Alternativas en
Psicología

(AMAPSI)

URL: www.amapsi.org

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